domingo, 21 de septiembre de 2008

tic-tac naranja



La semana pasada, la pasada semana fue muy particular. Y es que Raimundo esperaba inconsciente todo el día para que el segundero del cú-cú se posara sobre ese ángulo, que al mirarlo hacía que su pulso se detuviera y sus ojos se pusieran como plato frente a él.

Ahora tomaba "pastillas para poder ser feliz", había escuchado esa expresión de una agradable señorita hace un par de años. El hombre de la voz profunda que se las había recetado, había dicho que el tiempo era subjetivo, Raimundo no sabía a que se refería en realidad, pero bien sabía que siempre pensaba en el tiempo: a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, a cada día, a cada semana, a cada mes, a cada y a cada década que se habían impregnado sobre su piel.

Los primeros días del tratamiento de la felicidad fueron terribles, parecía uno de los zombies del video Thriller del señor(a) de Mentira, salvo que Raimundo jamás hubiese podido moverse de forma tan impresionante. No creía que estuviera dando resultado, de seguro el hombre-voz-profunda había cometido un error en la prescripción. Por las tardes se agachaba frente a la cama, agarraba con fuerza su cabeza y contenía la respiración con mucho esfuerzo; estas no eran pastillas de felicidad, eran de angustiante desesperación: le angustiaba no poder ir al ritmo del reloj.

Nadie entendía que Raimundo necesitaba estar pendiente del tiempo, debía evocar aquel memento. Él tampoco los entendía, era recíproco; no entendía el por qué de semejante alaraca que se había poducido al hablar acerca de el segundo más feliz de su vida:

La entrada a la alacena anaranjada había estado abierta, su resplandor inundaba el angosto pasillo, no podía perderse semejante oportunidad. Con su reloj en la muñeca, saltó al sitio. Una sensación de increíble paz se apoderó de él, podría haber muerto anarajando e irónicamente el tiempo ya no existía ahí, él era feliz. De improviso, unos fríos brazos aprisionaron a Raimundo para extraerlo del utópico lugar. Empapado de naranjo y con una frondosa sonrisa miraba su reloj; apenas había pasado un segundo.