sábado, 18 de abril de 2009

Demasiado pronto le venían esos ojos anchos. Quizás ya había desistido en olvidar, perdía la noción de como el gran simulacro inundase su cara. Pensaba en Benedetti, pensaba que el bigotudo estaba en un pseudo-burdel ( he notado que decir pseudo está muy en la onda, no?), recitándole en un soleado alemán versos al oído de una señorita que daba besos por entregas.

Pero sigió caminando por la ancha vereda. Estaba solo un domingo, el día del Señor (jo!). Nunca iba a misa, ya nadie iba. Se olvidaba, que fácil era a ratos. Le hubiese gustado recibir clases de amnesia y así poder ser tan docto como ella.

A veces, la veía en el reflejo de las ventanas de las casas de los siglos, por donde pasaba (con ella), caminando. Siempre caminando, para poder olvidar, aunque fuese un poquito por cada paso.

Y por las noches, antes de cerrar los ojos, imágenes de otra vida. Como si un rollo de fotografías (de ella) se fuese a velar; eso nunca ocurría, nunca se velaba. Pero por poco casi le daba un ataque al corazón, que cursi, pensaba. Morir porque el corazon se detenia por ella.