Cierra tus ojos y que la brisa súblime con fuerza decore tus ojos.
Y si tienes miedo a la suntuosidad del interior del caleidoscopio, pídele que te abrace, y arrulle con su mirada insinuante que sin embargo a veces se torna ambigua, sólo a veces.
Cuando tu piel ya no pueda sentir el cosquilleo tan habitual.
Mira más allá y sabrás que hay algo mejor.