domingo, 17 de agosto de 2008


Y después de cada domingo...
Yo no viví mi infancia con mi señora madre, casi todos los recuerdos de aquel período soleado me evocan caras arrugadas y con expresiones cansinas pero alegres. Con puros viejitos, era súper-divertido.

Me cuidaban mucho, me daban dulces y mucho dinero para hacer lo que yo quisiese; cuando estaba aburrida le pedía a una de las mujeres ancianas si quería jugar conmigo y entonces estaba toda la casa de adobe de Av.Chile en el patio trasero que era como una selva misteriosa llena de extrañas y exóticas plantas. Cuando jugabamos a la peluquería , ellas me prestaban sus cabecitas para que yo les hiciése peinados muy a la moda (en esos tiempos pó), les ponía muchos colores a sus caras y eran todas unas travestis al final de la jornada. También el patio se convertía en un fino restaurant y yo la garçon ...bueno el garçon, mientras la tortuga Maruja aún estaba viva y nos miraba con esa mirada pasiva tan habitual en ella.

Cuando el Rami se iba a vivir a la casa por largas semanas nos gustaba salir con capas de superhéroes al supermercado, él usaba una roja y yo una azul. Mientras corríamos por las veredas, desde atrás nos miraba nuestra señora abuela.

Pero inevitablemente pasaron muchos otoños, demasiados para mi gusto. Yo pelié con el Rami, después volvimos a ser pseudo amigos-primos, pero nada que ver con antes.

Y lo más fastidioso y anti-divertido: los viejitos se volvieron cadáveres. Cadáveres vivientes que por pura suerte los gusanos no han venido a mordisquear sus malolientes trapos.

Ahora ...ahora soy sólo una "mirona".
-¿ Quién es esa mujer qué me mira ahí en la puerta?- dijo el cadáver desde su tumba.
Y me acordé rápidamente de la sombra verde.Que irónico , fue como un designio palafernálico.