viernes, 23 de octubre de 2009

hay demasiados cuartos propios, loba

escribo desde esta avenida en donde alguna vez los chicos del barrio jugaron al luche o a la rayuela, que es lo mismo en Argentina; pero nunca llegaban al diez o al Cielo porque un borracho había vomitado sobre la tiza que tanto costaba esparcir por esa vereda de abrazos compartidos. La avenida donde estas niñas y niños se intercambiaban las muñecas por los autos/los autos por las muñecas, esos que con el tiempo terminaron sin ruedas y otras sin sus cabezas.

escribo desde esta avenida donde solíamos pasar los domingos por la mañana. Esa familia dominguera y demócrata cristiana, en donde el papito es un asesino. Daddy killer. Daddy Murderer. Daddy killer porque es más divo, porque se parece al papito de ese cielo gringo que nunca va a poder ser como el azul de la bandera chilena.

escribo desde esta avenida en donde las niñitas-mujeres ya se cansaron de tocarle el bulto a los colegiales exacerbados, esos que esperan como lobos hambrientos en la salida del colegio. Ya están cansadas de bailar, se sacaron los zapatos porque sus pies no se azulaban de frío, estaban rojos por la sangre, de tanto bailar como musas griegas, de tanto mover las caderas como damas de burdel. Hay caderas rotas en medio del patio. Es esta avenida en donde ellas un día tomaron la tijera y con rabia cortaron el jumper, para después cubrir sus cuerpecitos desnudos con la ecografía de un hijo que nunca fue.

escribo desde esta avenida en donde iba a jugar a las escondidas por la tardenoche, pero cuando ya habían contado hasta cien, nunca más se escuchó el "un-dos-tres-por-mí".

domingo, 4 de octubre de 2009

siempre el mar

las huellas de sus pequeños pies se iban dibujando y desdibujando, bajo los contínuos espamos del mar. las olas. la espuma. y sus manos secas.

y no se parecía al día de verano con el que tanto habían soñado alguna vez, los dos: lisos y llanos, enredados por las sábanas. se acordaba de ese olor que se había quedado impregndo en cada pliegue; ese olor que no lo dejaba dormir, porque iba evocando lenta y dolorosamente su espalda, la espalda que llevaba impresa todas las promesas y gemidos que se leían en la historia de los dos.

como las olas eran las sábanas
como las sábanas eran las olas

niño con ojos de muñeca, ojitos marinos, azules por el frío y las manos de él. las manos secas de él.

sus huellas seguían esparcidas por toda la arena, sus huellas no se borrarían hasta la noche, cuando la marea subiera. cuando el mar y la arena se hiciesen uno solo. cuando sus ojos y la espalda de él se disolvieran en una sola cama.