y no se parecía al día de verano con el que tanto habían soñado alguna vez, los dos: lisos y llanos, enredados por las sábanas. se acordaba de ese olor que se había quedado impregndo en cada pliegue; ese olor que no lo dejaba dormir, porque iba evocando lenta y dolorosamente su espalda, la espalda que llevaba impresa todas las promesas y gemidos que se leían en la historia de los dos.
como las olas eran las sábanas
como las sábanas eran las olas
como las sábanas eran las olas
niño con ojos de muñeca, ojitos marinos, azules por el frío y las manos de él. las manos secas de él.
sus huellas seguían esparcidas por toda la arena, sus huellas no se borrarían hasta la noche, cuando la marea subiera. cuando el mar y la arena se hiciesen uno solo. cuando sus ojos y la espalda de él se disolvieran en una sola cama.