martes, 15 de octubre de 2013

(es tan violeta ser ignorante)



como Bix Beiderbecke o Eddie Lang, especies de poetas malditos del género, un “hombre de tristeza infinita”[1], no llega a mostrarse en su totalidad, su arte está encarcelado en discos que apenas lo transmiten. He ahí el interés del Club de la Serpiente, no sólo por los jazzistas contemporáneos, sino que también por los viejos, los muertos, aquellos que poseían ese centro que se perdió y que aparentemente no se puede recuperar, el pasado es el guardián de lo extraviado, y nos ha abandonado. Tal como lo hizo la Maga con Oliveira, luego de su desaparición, de alguna forma Horacio sabe que durante el tiempo que estuvo con ella, recuperó parte de ese centro perdido, pues la Maga -la bruja- encarna, como objeto (no como un sujeto), a todo lo que se escapa de la razón (“es tan violeta ser ignorante”) y a la famosa  improvisación como estilo de vida, una Nadja cortazariana, no ha sido infectada por la honrosa intelectualidad de Oliveira y el resto del Club de la Serpiente. Esta es percibida como un obstáculo en la búsqueda que nunca se concreta: Morelli ha muerto, la Maga ha desaparecido. La trascendencia no es posible, ni siquiera mediante el arte, pues no es suficiente para llegar al centro, no es capaz de captar al ser. Y aunque el jazz se nos presenta en la novela como una nueva forma de trascender, no lo logra pues el hombre está condenado a la inteligencia:.[2]




[1]  Bary, Lesly. Jazz en Rayuela, p.2

[2] Bary, Lesly. Jazz en Rayuela, p.3